De huellas
ardientes, figuraciones y ausencias
Extracto de texto para el libro la Sombra del fantasma.
Por sus propiedades icónicas, la fotografía
entendida como signo ha sido tomada en incontables ocasiones cual evidencia. La
serie Memoria de la guerra demuestra
las posibilidades inmanentes en todo archivo para jugar con aquello que no es
explícito y supuestamente lo es, con la representación como demostración, con
la imagen en tanto testimonio de un acontecimiento definitivo del cual sólo se
reconocen las consecuencias, nunca los motivos.
La primera subserie, Estado íntimo (2013), está conformado por dípticos que compaginan
una fotografía realizada por Cecilia Hurtado y otra proveniente de un archivo
policiaco, actualmente bajo resguardo de la Caroline Simpson Library &
Research Collection de los Museos Vivientes de Sidney[1], la cual
es de acceso público. La tensión es la principal cualidad de estas paridades.
La diferencia en los formatos, la yuxtaposición de temporalidades, los tonos
apagados de las imágenes contemporáneas que se complementan con el aspecto
deslustrado de las que provienen de un archivo, con sus matices reducidos.
Un
borde negro las contiene pero la disparidad de formatos es obvia, como cuando
un niño intenta embonar partes de un rompecabezas que no corresponden. Es muy
probable que los espectadores aventuren narraciones, especulen sobre las
conexiones entre ambas imágenes buscando establecer alguna certeza. De este
lado prefiero compartir la reflexión de Didi-Huberman: “Lo propio del archivo
es su laguna, su naturaleza horadada. Ahora bien, las lagunas son por lo
general el resultado de censuras deliberadas o inconscientes, de destrucciones,
de agresiones, de autos de fe. El archivo es casi siempre grisáceo, no sólo por
el tiempo transcurrido, sino por las cenizas de todo aquello que lo rodeaba y
ardió en llamas.”[2]
Irving Domínguez
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