martes, 31 de enero de 2017

LA SOMBRA DEL FANTASMA

A partir del análisis realizado por Baudrillard sobre el simulacro en nuestra cultura y estudios filosóficos en torno al mismo tema, realicé un proyecto que muestra algunos de los conceptos sobre la simulación en la fotografía como resultado de una estrategia cultural e histórica, un encuentro del fantasma como imagen.

Comienzo por la idea de que lo que descubre Baudrillard, es lo que llaman la potencia (efectuada) Doppelgänger de la imagen. El doppelgänger en el folclore alemán es el doble fantasmagórico de una persona. La palabra proviene de doppel, que significa “doble”, y gänger, traducida como “andante”. El Doppelgänger une en sí mismo de forma contradictoria la naturaleza de una copia y de un simulacro. Nace junto al original. Es una sombra, un imitador de la persona que camina siempre junto a ella. Pero su aparición, al mismo tiempo, siempre tiene consecuencias nefastas. Ocurre casi sin saberlo, sin que el Doppelgänger tuviera pretensión de ello. Este doble inocente -pero maligno al mismo tiempo- visto por amigos o parientes de una persona puede a veces traer mala suerte, ser un mal augurio o una indicación de una enfermedad o un problema de salud inminentes. En las leyendas germánicas el propio Doppelgänger es un anuncio de muerte. Según escribió el dramaturgo sueco Strindberg: “El que ve a su doble es que va a morir”. La imagen-doppelgänger trastoca de tal manera el régimen de realidad. Y toda imagen (sea simulacro o copia) es ya imagen-doppelgänger.

Por necesidad de pensar la realidad o por imposibilidad de pensar un modelo último: “el problema ya no concierne a la distinción Esencia-Apariencia, o Modelo-copia. Esta distinción opera enteramente en el mundo de la representación. [...] El simulacro no es una copia degradada; oculta una potencia positiva que niega el original, la copia, el modelo y la reproducción. [...] El simulacro hace caer bajo la potencia de lo falso (fantasma) a lo Mismo y lo Semejante, el modelo y la copia. Hace imposible el orden de las participaciones, la fijeza de la distribución y la determinación de la jerarquía. Instaura el mundo de las distribuciones nómadas y de las anarquías coronadas” (Deleuze).

Con la idea de trabajar a partir de imágenes de archivo y anónimas he creado seis series fotográficas con el objetivo de hacer evidente la apariencia de lo ausente, borrando su significado o referencia. No tiene nada que ver con ningún tipo de realidad, son ya su propio y puro simulacro.

Creo en la fotografía como influencia en nuestra manera de significar el mundo. Por lo tanto, esta propuesta trata sobre la función de la fotografía en nuestro tiempo, poder cuestionar  la realidad contemporánea, utilizando la técnica como recurso estético y la simulación de los signos vitales de nuestra cultura como concepto de simulacro, que llevado a la fotografía, parece infinito.

Una parte fundamental del proyecto es el acopio de imágenes fotográficas: anónimas y de archivos históricos, así como encontradas por medios impresos o digitales. El conjunto de imágenes es diverso en cronología, técnica, objetos, sujetos y contenidos.

Otra parte del proyecto se conforma de imágenes alternas con la idea del doppelgänger, es decir, imágenes  fotográficas que sean el fantasma de otras y así hacer evidente mi intención de simulacro sobre la realidad fotográfica.

Detalle de las series incluidas
Serie 1. Lo atemporal, el juego entre la vida y la muerte. En esta serie incluyo fotografías en pequeño formato en la técnica del siglo XIX, ambrotipo (colodión húmedo sobre placa de vidrio), donde  dos figuras prehispánicas y un molde de calavera de azúcar, son el inicio de un reconocimiento cultural (Espejo de obsidiana I, II, III). Además de una serie de fotografías hechas a partir de radiografías de esculturas religiosas. El tema de esta serie una reflexión sobre el valor de verdad y belleza (Simulacro de fe).
Serie 2. Memoria de la guerra. Dentro de esta serie trato con imágenes donde la violencia y la guerra son el punto de partida. Incluye 20 ambrotipos sobre imágenes creadas a partir de las fotografías del test Szondi con intervenciones de dibujos y fotografías de cráneos a manera de estudios forenses o anatómicos (Szondi Natural). También incluye otra serie que consiste en 12 dípticos creados a partir de imágenes del archivo de la policía en Australia de los años veinte encontradas en internet y fotografías de mi autoría donde la relación de doble o espejo se muestran como un juego en el tiempo y la memoria (Estado Intimo).
Serie 3. El sujeto anónimo multiplicado. A partir de una colección vasta de fotografías anónimas presento cinco libros de artista donde cada una de estas imágenes fue transferida a papel, por el tipo de transferencia se vuelven en imágenes  donde la idea de memoria del sujeto parece multiplicarse en distintas formas simulando lo mismo: la extrañeza del otro y al mismo tiempo, el espejo donde todos se miran igual. 
Serie 4. La identidad del Otro Con imágenes de archivos históricos, sobre la construcción en 1910, caída en el terremoto de 1957 y la posterior  reconstrucción del Ángel de la Independencia en la Ciudad de México, realicé una serie de intervenciones sobre estas imágenes, representando la identidad y memoria a partir del símbolo y hechos históricos. 
*Serie 5. El mito de lo femenino Fotografías de mujeres en distintos tiempos y orígenes. Reflexiono sobre lo femenino y cómo el fantasma de la belleza, la pureza o del misterio ha creado culturalmente un icono visual de la mujer.
*Serie 6. El varón, el loco y el diablo Me interesa reflexionar sobre  la diferencia de la visión masculina, creando así un diálogo con la serie anterior, donde la diferencia de género ha sido otra constante en la imaginería fotográfica. Hombres y Mujeres vistos y multiplicados, repetidos como fantasmas de su propio simulacro.
*Para estas últimas dos series se seleccionaron tres distintas interpretaciones. Una, es una pieza interactiva (El tiempo del deseo), donde la participación del espectador funciona con imágenes transferidas sobre lienzos de madera, que a primera vista están ocultas y sólo cuando se aplica agua “aparece” la imagen. Después una serie de piezas de la documentación de este proceso, así como un libro “flip book”. También una serie de fotografías  anónimas donde el sujeto es intervenido (Ausentes), convirtiéndolo en una figura ausente, una silueta, pero aún así sigue evidente su género e incluso en su pose, el lenguaje de cómo ser visto a través de una fotografía. 

Pasos recientes...
Al ser un proyecto de largo aliento, realizado a partir del 2013 (Sistema Nacional de Creadores 2012-2015, FONCA), cada serie ha sido publicada en partes, se puede ver por el título de la serie en el indice de entradas, y en el 2016 comencé a exponer el proyecto como un conjunto, donde dependiendo las características de cada espacio de exposición puedo ir modificando y dialogando con la obra y el espectador de manera distinta.

Con el objetivo de la exposición y la publicación de un libro, invité a colaborar al curador Irving Dominguez (Ciudad de México 1976), dando como resultado una intensa y rica relación donde nos interesó mostrar lo más representativo de todo el proyecto, además de hacer énfasis en las preocupaciones principales que desarrollé en el proceso. La primera exposición fue en Guadalajara, Jalisco en el Ex-convento del Carmen en octubre del 2016 y en diciembre se presentó en Galería Libertad, en la ciudad de Querétaro. 

Fotos de los montajes de las primeras exposiciones de La Sombra del Fantasma:
                                Ex-Convento del Carmen. Guadalajara, Jalisco. Octubre 2016.














Galería Libertad. Querétaro. Diciembre 2016.











Texto de Irving Domínguez para la exposición y publicación del proyecto La Sombra del Fantasma

De huellas ardientes, figuraciones y ausencias

La magia tiene mucho en común con la investigación de archivos. En la magia usted recurre a un proveedor de herbolaria y reconstruye un hechizo, una poción, alguna receta. En el archivo usted solicita un expediente de recortes de periódico, un libro o una fotografía y reconstruye un relato, una posibilidad, una historia.
Peter Hobbs, Lección 8 de El arte de vagabundear: 43 lecciones de un coctel al desnudo[1]

En la serie de polípticos La identidad del otro atestiguamos el incendio de un ángel. Lo reconocemos a pesar de su desmembramiento. Advertimos su torso encadenado, pero sobre todo, la hierática expresión del rostro en esa cabeza que se intuye monumental, resignada a los efectos del fuego que la consume y desfigura. Todo un módulo está dedicado al registro de las distintas fases de su combustión. Una secuencia es desplegada y a pesar de la descomposición temporal reconocemos la evolución del proceso. En un mismo plano disponemos de la integridad del rostro hasta su completa reducción a cenizas.

La verdad es que esa cabeza no corresponde a la de un ángel. En realidad se trata de una victoria alada, la cual corona el Monumento a la Independencia, diseñado por el arquitecto Antonio Rivas Mercado y realizado por el ingeniero Roberto Gayol para la celebración del centenario del inicio de la lucha armada. Icono tardío de la Ciudad de México, la escultura original elaborada por el escultor italiano Enrique Alciati en 1910 cayó a consecuencia del sismo acontecido en la capital del país en 1957, y debió ser sustituida por una nueva elaborada bajo la dirección del escultor José María Fernández Urbina, responsable de la restauración del monumento.

La identidad del otro está conformada por los trabajos de ensamblaje y recolocación de la victoria en el remate de la columna que concluyeron en 1958. Cada una de las imágenes, provenientes de archivos institucionales, ha sido manipulada por Cecilia Hurtado (Ciudad de México, 1973). En cada registro se advierte la firme decisión de intervenir las representaciones históricas: ya sea por la acción manual de comprimir las impresiones contemporáneas de tales registros o mediante un proceso irreversible como es el de aplicarles fuego.

La obra de Hurtado bien podría entenderse como la momentánea incorporación de las consideraciones que Georges Didi-Huberman tiene sobre la imagen: “Uno lo espera. Nada. Vuelve uno a casa. Enciende la vela que está sobre la mesa y, de pronto, la imagen reaparece. Qué emoción. Uno es casi dichoso. Pero uno entiende enseguida que la imagen no nos quería, no nos seguía, no gira alrededor de nosotros, nos ignora totalmente. Es la flama lo que se desea. (…) Muy pronto arde en llamas, de golpe. (…) Sobre la mesa queda un minúsculo copo de ceniza.”[2] Ese breve tránsito de la llama, su voraz apetito sobre la imagen, y el proceso mismo del desvanecimiento, resuenan en cada una de las obras que conforman el largo ciclo de La sombra del fantasma (2013–2016) aunque no sea el fuego, pero sí el desgaste de la representación fotográfica, su herramienta principal.

La trayectoria de Cecilia Hurtado está profundamente ligada al oficio fotográfico. Con esto quiero señalar su cualidad experimental, su necesidad de buscar soportes no convencionales, jugar con las emulsiones, partir de negativos estables (correctamente procesados) realizados por ella o por terceros, para desarrollar procesos de impresión que reconfiguran el placer de la fotografía más allá de las convenciones de la impresión fina. Si bien en la presente muestra los positivos sobre papeles finos abundan, no debemos olvidar que sus matrices son resultado de técnicas antiguas como las placas de colodión húmedo o las impresiones láser que se realizan a destajo en la oficina o en establecimientos comerciales.

Se trata de llevar la ortodoxia del fotógrafo hacia un comportamiento impredecible, determinado en buena medida por los procesos de trasmutación que se experimentan con las imágenes y sobre ellas. Un notable ejemplo de los alcances de tales indagaciones es la serie de libros de artista El otro multiplicado (2014). A partir de imágenes sin autor identificado coleccionadas por Hurtado, provenientes de archivos personales desarticulados, muy probablemente resultado de saqueos o purgas familiares, se emplea el principio de copia y reproducción jugando únicamente con solventes y originales de tinta mecánica sobre papeles que reciben la migración del pigmento, imágenes residuales producto de un proceso de abrasión química que destruye una entidad visual para reconstituirla como remanente.

Tan contradictoria descripción pone el énfasis en la naturaleza de las imágenes fotográficas. Más allá de su vocación por preservar los recuerdos, resultan dispositivos para la multiplicación de las representaciones, es decir, circuitos prácticamente inagotables establecidos a partir de imágenes que reproducen convenciones difíciles de carcomer. Incluso en la actualidad emblemas de la cultura digital como Twitter o Instagram, basados primordialmente en el intercambio de imágenes y las relaciones sociales establecidas a partir de las mismas, no pueden escapar de las formalidades establecidas por el arte moderno occidental entre los siglos XVII y XIX. Esto quiere decir que el avance tecnológico no ha implicado un cambio en el paradigma de visión, fincado en los prácticamente incorruptibles cimientos del sistema de perspectiva perfeccionado durante el amplio periodo del Renacimiento. Si los parámetros de lo visual no han cambiado es porque insistimos en pensar las imágenes como atajos al mundo sensorial, repositorios de los asuntos que representan y no sus meras representaciones.

En un retrato seguimos buscando una subjetividad, en el paisaje el esplendor de la naturaleza impoluta, en el desnudo la verificación de la belleza física establecida por las culturas clásicas de Occidente, así como la certidumbre de que sólo hay dos géneros y un ejercicio de la sexualidad normalizado, sin fisuras ni excepciones. Walead Beshty señala que tal inercia persiste porque nos resistimos a concebir a las imágenes fotográficas como conceptos puros, nos apuramos a darles consistencia material a partir de lo que están representando, y por lo tanto, se vuelven representantes, ocupan literalmente ese lugar en el mundo, de entidades extintas, fugaces o inaccesibles a la experiencia directa.[3]

Las imágenes residuales impregnadas en las páginas de cada uno de los libros de El otro multiplicado son un nado a contracorriente. Incluso en su condición empobrecida nos demuestran que no hay necesidad de hacer nuevas fotografías si hay muchas huérfanas que pueden resignificarse. Y para dejar claro que no se trata de una colección de sucedáneos, Hurtado intercala sus recuperaciones con citas de textos filosóficos de autores interesados en el medio, como Jean Baudrillard y Vilém Flusser, así como de manuales para el entrenamiento de fotógrafos amateurs, afirmando el origen tecnológico de esos repositorios afectivos.  

Por sus propiedades icónicas, la fotografía entendida como signo ha sido tomada en incontables ocasiones cual evidencia. La serie Memoria de la guerra demuestra las posibilidades inmanentes en todo archivo para jugar con aquello que no es explícito y supuestamente lo es, con la representación como demostración, con la imagen en tanto testimonio de un acontecimiento definitivo del cual sólo se reconocen las consecuencias, nunca los motivos.  

La primera subserie, Estado íntimo (2013), está conformado por dípticos que compaginan una fotografía realizada por Cecilia Hurtado y otra proveniente de un archivo policiaco, actualmente bajo resguardo de la Caroline Simpson Library & Research Collection de los Museos Vivientes de Sidney[4], la cual es de acceso público. La tensión es la principal cualidad de estas paridades. La diferencia en los formatos, la yuxtaposición de temporalidades, los tonos apagados de las imágenes contemporáneas que se complementan con el aspecto deslustrado de las que provienen de un archivo, con sus matices reducidos.
Un borde negro las contiene pero la disparidad de formatos es obvia, como cuando un niño intenta embonar partes de un rompecabezas que no corresponden. Es muy probable que los espectadores aventuren narraciones, especulen sobre las conexiones entre ambas imágenes buscando establecer alguna certeza. De este lado prefiero compartir la reflexión de Didi-Huberman: “Lo propio del archivo es su laguna, su naturaleza horadada. Ahora bien, las lagunas son por lo general el resultado de censuras deliberadas o inconscientes, de destrucciones, de agresiones, de autos de fe. El archivo es casi siempre grisáceo, no sólo por el tiempo transcurrido, sino por las cenizas de todo aquello que lo rodeaba y ardió en llamas.”[5]

El archivo también es testimonio de perversión. La segunda subserie de Estado íntimo, Szondi Natural (2013) se ocupa de señalarlo. En 1935 el psiquiatra húngaro Léopold Szondi creó la prueba de personalidad proyectiva no verbal que llevaría su nombre.
El test Szondi consistía en que el entrevistado examinara un conjunto de 48 retratos fotográficos, agrupados en 6 grupos compuestos de 8 imágenes cada uno. Todos los retratados eran pacientes de instituciones psiquiátricas. El entrevistado debía escoger dos pares de retratos, uno de los que más le atrajeran y otro de aquellos que más repulsión le produjeran. Las elecciones supuestamente revelarían tanto los impulsos instintivos satisfechos como los insatisfechos, además de proporcionar algunos aspectos de las dimensiones de la personalidad del sujeto.

Cada fotografía se supone que era un estímulo apto para detectar las tendencias pulsionales de unidad de la persona examinada, a partir del cual los principales rasgos de la personalidad emergían. Szondi afirmó que algunos de los examinados fueron perturbados por el estímulo de ver la foto de un enfermo mental con la misma patología, lo cual les causaba crisis y convulsiones durante la prueba[6]. Hurtado agrega:
“Encontré que las imágenes fueron tomadas por Wilhelm Weygandt, psiquiatra alemán, que entre 1908 y 1934 fue director del hospital mental Staatskrankenanstalt Friedrichsberg en Hamburgo. En 1901 publicó el Atlas und Grundriss der Psychiatrie del cual fueron tomadas la mayoría de las imágenes para el test Szondi [30 en total]. Entre la información que existe sobre Weygandt se habla de su participación con el régimen nazi, de su racismo, y que fue defensor de la eugenesia, aprobando castraciones forzadas en pacientes y convictos como parte de la ‘higiene social y racial’, antecedente al exterminio de grupos considerados inferiores por el gobierno de Hitler. A pesar de que la eugenesia se ha relacionado con los abusos nazis, en varios países como Reino Unido, Francia, Finlandia, Dinamarca, Estonia, Suiza y Estados Unidos, se llevaron a cabo programas de esterilización de personas declaradas deficientes mentales por el estado hasta la década de 1970.”
Únicamente cuatro del total de los retratos fueron elaborados por Szondi[7].

En la reinterpretación de Hurtado cada uno de los 48 retratos ha sido yuxtapuesto con una proyección craneal que termina por revelar el carácter tétrico de la prueba y sus intenciones. Empleando la técnica antigua del ambrotipo, esas imágenes del pasado carcelario de la ciencia psiquiátrica son encarnadas en un proceso del siglo XIX, magnificando las tensiones que nutren a la fotografía en su carácter doble de tecnología de lo visual y sistema de representación visual. El test Szondi ha estado sujeto, desde su publicación como metodología de diagnóstico en 1947[8], a debates intensos por psiquiatras y psicólogos de todo el mundo. Un amplio sector de profesionales ha terminado por desestimarlo desde el final de la década de 1950, pero no minaron el entusiasmo de adeptos a las teorías del psiquiatra húngaro a quien está consagrada una publicación, un instituto y una sociedad internacional.[9]

Las series El tiempo del deseo, El tiempo del simulacro y El tiempo del fantasma, todas del 2014, resultan una celebración de la condición porosa y opaca del archivo fotográfico. Es sobre todo la primera el gran motor de este núcleo. El tiempo del deseo es un conjunto de transferencias de imagen fotográfica sobre un soporte de madera al cual se ha añadido una capa de papel blanco. Concebida como instalación, la obra es activada con el uso de un aspersor de agua que el público puede arrojar sobre la superficie blanca. La humedad revela una imagen detrás de esa pantalla y el público puede desgarrar el papel para descubrir la imagen transferida.

Caleidoscopio de la memoria abandonada, las series complementarias ofrecen sólo algunas de los miles de posibilidades acerca de la imagen velada, símil de la fotografía análoga que partía del principio de la imagen latente: un negativo expuesto aunque sin revelar ya contenía imágenes por efecto de las reacciones fisicoquímicas. En el laboratorio los fotógrafos completaban el proceso con operaciones estrictamente químicas, no menos sofisticadas que la manipulación de la película a través de la cámara. Toda esa fase de la producción que Jeff Wall identificó en 1989 como la “inteligencia líquida” de la fotografía es actualmente accesible sólo a unos cuantos iniciados.

Cierro mis apuntes acerca del trabajo reciente de Cecilia Hurtado con una reflexión acerca de la breve pero punzante serie Simulacro de fe (2013). Resultado de una colaboración con un equipo de investigación que atendió a un conjunto de efigies religiosas al resguardo de la Catedral de Guadalajara. Las imágenes ofrecen la desnudez estructural de estas esculturas destinadas a la devoción, debido al proceso de rayos X al que fueron sometidas. Presencias silenciosas y contundentes son aquí evaporadas, descubiertas en la levedad de su constitución. Se afirman sus gestos, así como los drapeados de una indumentaria que cubre con innecesario pudor una semejanza con la corporalidad humana, las más de las veces interrumpida por el mismo dispositivo de análisis.

Inútil negar su valor patrimonial, pero ante el rostro con las cuencas vacías de San Nicolás de Bari, advierto el límite de la imagen fotográfica (que es también su propiedad fundacional): un semblante incompleto, una figuración veloz con pocos detalles, un vacío inaplazable, una pantalla sobre la cual proyectamos nuestras obsesiones culturales.


Irving Domínguez, Ciudad de México, septiembre del 2016.




[1] En AA Bronson y Peter Hobbs, Queer Spirits, Creative Time / Plug In Editions, 2011.
[2] Georges Didi-Huberman, Arde la imagen, Ediciones Ve / Fundación Televisa, 2012, página 17. El pasaje se refiere a la obra Luce luce luce (1999) de Claudio Parmiggiani.
[3] Walead Beshty, “Los mundos de espejo de una invención sin futuro. Apuntes sobre las posibilidades del anacronismo fotográfico”, en Cámara de Maravillas, catálogo de exhibición, curaduría de Jens Hoffman, 2015, Kadist Art Foundation / Colección Isabel y Agustín Coppel / BBVA.
[5] Georges Didi-Huberman, Arde la Imagen, Ediciones Ve / Fundación Televisa, 2012, página 18.
[6] Tomado de Wikipedia, https://en.wikipedia.org/wiki/Szondi_test, consultado el 2 de septiembre del 2016.
[7] Tomado de Wikipedia, https://en.wikipedia.org/wiki/Szondi_test, consultado el 2 de septiembre del 2016.
[8] El segundo volumen, de un total de cuatro, del método con la guía para interpretar la prueba se publicó en 1947, pero se revisó la edición de manera sucesiva hasta sus últimas adiciones en 1960.
[9] Tomado de Wikipedia, https://en.wikipedia.org/wiki/Szondi_test, consultado el 2 de septiembre del 2016. 


lunes, 30 de enero de 2017

Ausentes

De lo perdido, lo que tenemos.

La publicidad del siglo xx vendió la fotografía como la panacea contra la desmemoria. «Recordar es volver a vivir» escucharon las masas desde los altavoces de los medios de comunicación, y todo el mundo se apresuró a comprar los artilugios para capturar los momentos felices de la existencia. Los instantes de ensueño —la ansiada felicidad que se nos escapa— quedaron atrapados en el papel fotográfico. Las imágenes que resultaron del clic se convirtieron, por encima de la tradición oral y de la escritura, en los testigos de nuestra vida. De nuestro paso por este mundo sólo queda un puñado de instantáneas. Ese invento del siglo xix cambió nuestra percepción de la realidad y nos hizo creer que ya no olvidaríamos.
A la par del proceso de popularización de la fotografía, el arte se adueñó del nuevo medio y lo inmortalizó, creando, contra la corriente masiva, imágenes memorables. Las fotografías creadas por artistas comenzaron a coleccionarse alrededor de los años cincuenta del siglo pasado. La extrañeza de ese hecho puede quedar plasmada cuando, ya a finales del siglo xx un coleccionista de arte amplió sus horizontes y comenzó a incluir fotografía en su colección basada en pintura y escultura, y se preguntó: «¿Qué hace esa gente extraña en los muros de mi casa?».
La artista tapatía Cecilia Hurtado intervino una serie de fotografías anónimas, antiguas, tomadas en estudio y en exteriores. Las mujeres y los hombres, esa gente extraña de las fotografías ajenas, desaparecieron en las imágenes creadas por Hurtado. Una mancha negra aparece en lugar del cuerpo y de los rasgos faciales gracias a los cuales podría el espectador conocer o reconocer al sujeto, femenino o masculino, que posó para ser inmortalizado por la cámara. Queda la silueta de los retratados y los objetos que los rodeaban en el momento del clic. Con sus múltiples, posibles historias.
Estas fotografías intervenidas provocan la reflexión del espectador. No lo sospechábamos en los tiempos ingenuos: recordar no es volver a vivir. Lo sabemos ahora, cuando incluso Kodak, la empresa insignia de insumos fotográficos, quebró. En el final de la película Otra mujer, de Woody Allen, la protagonista-narradora rememora: «Y me pregunté si un recuerdo es algo que tenemos o algo  que perdimos». Las imágenes de Cecilia Hurtado nos hacen pensar en que las fotografías son, por lo menos, algo que tenemos de lo que perdimos para siempre.

Víctor Ortiz Partida
texto para Publicación en la revista Luvina #82

La sombra del fantasma, de la serie Ausentes, 2015. Intervención digital en fotografías anónimas

























Lo Atemporal, el juego entre la vida y la muerte

Espejo de obsidiana I,II y III


Del recuerdo de un cuento que leí en mi infancia, donde un niño en un pueblo de México encontraba un antiguo espejo de obsidiana; encuentro una metáfora para hablar de lo atemporal entre la vida y la muerte a través de la imagen fotográfica, utilizando la técnica de colodión húmedo.
En el cuento, el espejo pertenecía al dios Tezcatlipoca, que en náhuatl significa “espejo negro humeante”. Se le atribuyen varias virtudes, entre ellas, que podía ver  a través del espejo de obsidiana, el pasado, presente y futuro.  El espejo al ser encontrado por el niño, a pesar de tantos años olvidado, conservaba sus poderes. Fue así como pudo ver a través del espejo la historia de sus antepasados, lo que pasó a la llegada y la conquista de los españoles.

Cuando ví por primera vez cómo “aparecía” la imagen sobre la placa negra al poner el revelador, como un déjà vu, vino el cuento del espejo a mi memoria y las imágenes que  a pesar del tiempo conservaba en mi imaginación. 






Simulacros de fe
extracto del texto por Irving Domínguez

Resultado de una colaboración con un equipo de investigación que atendió a un conjunto de efigies religiosas al resguardo de la Catedral de Guadalajara. Las imágenes ofrecen la desnudez estructural de estas esculturas destinadas a la devoción, debido al proceso de rayos X al que fueron sometidas. Presencias silenciosas y contundentes son aquí evaporadas, descubiertas en la levedad de su constitución. Se afirman sus gestos, así como los drapeados de una indumentaria que cubre con innecesario pudor una semejanza con la corporalidad humana, las más de las veces interrumpida por el mismo dispositivo de análisis.
Inútil negar su valor patrimonial, pero ante el rostro con las cuencas vacías de San Nicolás de Bari, advierto el límite de la imagen fotográfica (que es también su propiedad fundacional): un semblante incompleto, una figuración veloz con pocos detalles, un vacío inaplazable, una pantalla sobre la cual proyectamos nuestras obsesiones culturales.