De huellas
ardientes, figuraciones y ausencias
Extracto de texto para Libro La Sombra del fantasma.
En la serie de polípticos La identidad del otro atestiguamos el incendio de un ángel. Lo
reconocemos a pesar de su desmembramiento. Advertimos su torso encadenado, pero
sobre todo, la hierática expresión del rostro en esa cabeza que se intuye
monumental, resignada a los efectos del fuego que la consume y desfigura. Todo
un módulo está dedicado al registro de las distintas fases de su combustión. Una
secuencia es desplegada y a pesar de la descomposición temporal reconocemos la
evolución del proceso. En un mismo plano disponemos de la integridad del rostro
hasta su completa reducción a cenizas.
La verdad es que esa cabeza no corresponde a la
de un ángel. En realidad se trata de una victoria alada, la cual corona el
Monumento a la Independencia, diseñado por el arquitecto Antonio Rivas Mercado
y realizado por el ingeniero Roberto Gayol para la celebración del centenario
del inicio de la lucha armada. Icono tardío de la Ciudad de México, la
escultura original elaborada por el escultor italiano Enrique Alciati en 1910 cayó
a consecuencia del sismo acontecido en la capital del país en 1957, y debió ser
sustituida por una nueva elaborada bajo la dirección del escultor José María
Fernández Urbina, responsable de la restauración del monumento.
La
identidad del otro está conformada por los trabajos de ensamblaje
y recolocación de la victoria en el remate de la columna que concluyeron en
1958. Cada una de las imágenes, provenientes de archivos institucionales, ha
sido manipulada por Cecilia Hurtado (Ciudad de México, 1973). En cada registro
se advierte la firme decisión de intervenir las representaciones históricas: ya
sea por la acción manual de comprimir las impresiones contemporáneas de tales
registros o mediante un proceso irreversible como es el de aplicarles fuego.
La obra de Hurtado bien podría entenderse como la
momentánea incorporación de las consideraciones que Georges Didi-Huberman tiene
sobre la imagen: “Uno lo espera. Nada. Vuelve uno a casa. Enciende la vela que
está sobre la mesa y, de pronto, la imagen reaparece. Qué emoción. Uno es casi
dichoso. Pero uno entiende enseguida que la imagen no nos quería, no nos
seguía, no gira alrededor de nosotros, nos ignora totalmente. Es la flama lo
que se desea. (…) Muy pronto arde en llamas, de golpe. (…) Sobre la mesa queda
un minúsculo copo de ceniza.”[1] Ese
breve tránsito de la llama, su voraz apetito sobre la imagen, y el proceso
mismo del desvanecimiento, resuenan en cada una de las obras que conforman el
largo ciclo de La sombra del fantasma
(2013–2016) aunque no sea el fuego, pero sí el desgaste de la representación
fotográfica, su herramienta principal.
Irving Domínguez
[1] Georges Didi-Huberman, Arde la imagen, Ediciones Ve / Fundación
Televisa, 2012, página 17. El pasaje se refiere a la obra Luce luce luce (1999) de Claudio Parmiggiani.
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