lunes, 30 de enero de 2017

La identidad del otro

De huellas ardientes, figuraciones y ausencias

Extracto de texto para Libro La Sombra del fantasma.

En la serie de polípticos La identidad del otro atestiguamos el incendio de un ángel. Lo reconocemos a pesar de su desmembramiento. Advertimos su torso encadenado, pero sobre todo, la hierática expresión del rostro en esa cabeza que se intuye monumental, resignada a los efectos del fuego que la consume y desfigura. Todo un módulo está dedicado al registro de las distintas fases de su combustión. Una secuencia es desplegada y a pesar de la descomposición temporal reconocemos la evolución del proceso. En un mismo plano disponemos de la integridad del rostro hasta su completa reducción a cenizas.
La verdad es que esa cabeza no corresponde a la de un ángel. En realidad se trata de una victoria alada, la cual corona el Monumento a la Independencia, diseñado por el arquitecto Antonio Rivas Mercado y realizado por el ingeniero Roberto Gayol para la celebración del centenario del inicio de la lucha armada. Icono tardío de la Ciudad de México, la escultura original elaborada por el escultor italiano Enrique Alciati en 1910 cayó a consecuencia del sismo acontecido en la capital del país en 1957, y debió ser sustituida por una nueva elaborada bajo la dirección del escultor José María Fernández Urbina, responsable de la restauración del monumento.
La identidad del otro está conformada por los trabajos de ensamblaje y recolocación de la victoria en el remate de la columna que concluyeron en 1958. Cada una de las imágenes, provenientes de archivos institucionales, ha sido manipulada por Cecilia Hurtado (Ciudad de México, 1973). En cada registro se advierte la firme decisión de intervenir las representaciones históricas: ya sea por la acción manual de comprimir las impresiones contemporáneas de tales registros o mediante un proceso irreversible como es el de aplicarles fuego.
La obra de Hurtado bien podría entenderse como la momentánea incorporación de las consideraciones que Georges Didi-Huberman tiene sobre la imagen: “Uno lo espera. Nada. Vuelve uno a casa. Enciende la vela que está sobre la mesa y, de pronto, la imagen reaparece. Qué emoción. Uno es casi dichoso. Pero uno entiende enseguida que la imagen no nos quería, no nos seguía, no gira alrededor de nosotros, nos ignora totalmente. Es la flama lo que se desea. (…) Muy pronto arde en llamas, de golpe. (…) Sobre la mesa queda un minúsculo copo de ceniza.”[1] Ese breve tránsito de la llama, su voraz apetito sobre la imagen, y el proceso mismo del desvanecimiento, resuenan en cada una de las obras que conforman el largo ciclo de La sombra del fantasma (2013–2016) aunque no sea el fuego, pero sí el desgaste de la representación fotográfica, su herramienta principal.

Irving Domínguez




[1] Georges Didi-Huberman, Arde la imagen, Ediciones Ve / Fundación Televisa, 2012, página 17. El pasaje se refiere a la obra Luce luce luce (1999) de Claudio Parmiggiani. 















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