viernes, 14 de junio de 2013

Desvanecer lo lejano, ensayo fotográfico sobre la extinción.





Desvanecer lo lejano, se compone por un ensayo fotográfico donde reflexiono a través de una problemática social como la extinción física y cultural de un pueblo (tomando como ejemplo a la etnia Kiliwa, Baja California Norte, México); cuestiones como la identidad, la memoria y el olvido, que he trabajado desde otras perspectivas en mi trayectoria.
En este proyecto dialogo con el discurso documental-conceptual fotográfico, para explorar tres temas que me parecieron importantes durante el desarrollo del proyecto: la identidad como territorio, la palabra como memoria, y finalmente la representación histórica, dentro del contexto de cómo se ve al otro.
Este proyecto culmina con la edición de un libro y una exposición con el mismo título, incluyendo además al guión conceptual y museográfico, video, libros de artista e instalación.





“Pues si me muero vuelvo otra vez de vuelta
porque aquí esta bonito, y si me voy y ya no vuelvo,
es muy triste también. Pero yo digo una cosa, todo esto no es de nosotros,
nada, absolutamente nada
todo lo que tienes va a quedar
aquí en la tierra”.
Trinidad Ochurte, cantador Kiliwa
 





El proyecto Desvanecer lo lejano, fue realizado gracias al apoyo del Programa de Fomento y Coinversión a Proyectos Culturales 2007-08 del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA).



Desvanecer lo lejano
Cecilia Hurtado


La fotografía es una forma de lenguaje, tiene otros tantos usos y fines, además de ser imprescindible: puede servir como registro, archivo, recuerdo, medio de expresión y hasta como objeto artístico, entre tantas cosas. Siempre me ha llamado la atención, cómo la fotografía ha rebasado tantas necesidades, resultando ser un paradigma por su importancia y trascendencia en tan corto tiempo que tiene de existir.

Yo no puedo imaginar un mundo sin fotografías, tal vez por eso me dedico a esto; me gusta pensar en cómo una fotografía nos hace conocer, aprender y entender  lo que nos rodea, lo que imaginamos, hasta lo que sentimos; cuando vemos una fotografía las cosas parecen incluso más reales, no sólo por lo que hay en la imagen, es aquello que nos hace ver algo más, creo que es parecido al recuerdo. Cuando pienso que también el lenguaje fotográfico es aquello que no se ve, aquello que se excluye al decidir qué fotografiar, al igual que elegimos qué guardar en nuestra memoria.

Dentro de mi proceso personal, he sentido que si bien me interesa hacer imágenes bellas y significativas, creo más que nada que mi objetivo temático ha sido hacer evidente lo perdido; como escribió Susan Sontag: una fotografía es a la vez una pseudo presencia y un signo de ausencia. A partir de una pérdida personal (la muerte de mi madre), empecé a crear una serie de proyectos que ahora, con el paso del tiempo, me doy cuenta de que todos se refieren a la ausencia, a algo o alguien que no está, al recuerdo y cómo vemos el pasado, a la melancolía de aquello que parece perdido. El vacío que deja una ausencia, como si con mis imágenes quisiera encontrar algún testigo, una huella, de que alguna vez estuvo eso, aquello que me parece vital pero que sólo lo encuentro en objetos, lugares solitarios o documentos viejos, olvidados. Convirtiéndome casi a la obsesión nostálgica de hacer evidente la presencia de aquello que ya no existe.

Es por eso que encuentro en este proyecto una veta más para explorar y analizar lo ausente. La historia de una cultura, que provoca desolación por la inminente extinción física y cultural de su pueblo; éste fue el punto de partida de una idea a desarrollar, y como ejemplo, los kiliwa, originarios de Baja California que formaron parte del pueblo yumano:

Que se autonombran ko´lew, voz que se traduce como “hombre cazador”, “gente como nosotros” o “los que se van”, originalmente eran nómadas, y estaban organizados en pequeñas bandas familiares que viajaban en ciclos estacionales, viviendo de la recolección, la caza y la pesca, aprovechando los diversos ecosistemas de los territorios que compartían con otros clanes”. Los kiliwa fueron los únicos pobladores originales de Baja California que nunca aceptaron someterse a las actividades de los misioneros. Su historia se caracteriza por una continua lucha contra el despojo de sus tierras… pero a pesar de esto, los kiliwa están desarraigados permanentemente de la mayor parte de sus territorios originales, reducidos al ejido Arroyo de León, cerca de Valle de Trinidad, en tierras casi inhabitables, con poca agua y reducidos planos para cultivar, predomina la vegetación de un medio desértico… En el 2000 el INEGI registró un total de 52 hablantes de habla kiliwa. Sin embargo, la realidad muestra que el número es mucho menor, pues no llegan a diez laspersonas que conocen y hablan la lengua. (*Lenguas en riesgo, cantos de Trinidad Ochurte, CDI, COMISIÓN NACIONAL PARA EL DESARROLLO DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS,2006.)  

 Cuando empecé con la idea de este proyecto, decidí utilizar algunos aspectos de su mito de creación para tener un guión conceptual y posibles soluciones visuales, pero desde el primer viaje que hice a Arroyo de León, me di cuenta de que el proyecto debía tratarse de algo mucho más concreto y real: la extinción física y cultural como reflejo de pérdida de identidad y la relación entre el mundo moderno y sus tradiciones:

“Pues si me muero vuelvo otra vez de vuelta
porque aquí está bonito, y si me voy y ya no vuelvo,
es muy triste también. Pero yo digo una cosa, todo esto no es de nosotros,
nada, absolutamente nada
todo lo que tienes va a quedar
aquí en la tierra”.
           
Trinidad Ochurte, cantador Kiliwa*.

Mi objetivo debía ser otorgar el punto de vista de lo que queda, lo poco y devastado; mi interés se fue hacia la ausencia y el abandono que reflejaba cada sitio que pude observar, este proyecto tendría entonces que confrontar la manera en que ha sido documentada la vida indígena, o en este caso, lo que quedaba de ella.

Desvanecer lo lejano, desde el punto de vista fotográfico me confrontó, al encontrar el lugar donde nada queda, donde es tan dolorosamente real la ausencia, que me hizo tomar una serie de decisiones “nuevas” sobre cómo abordar este proyecto. Para empezar, no incluir retratos, sólo fotografías de sus manos; por un lado porque encontré singular su manera de representar lo lleno y lo vacio y así cumplir de una manera sutil con el concepto de tiempo que fue en la cosmogonía kiliwa, tomando en cuenta la relación entre el sistema numérico pentacimal y las fases de la luna: la palma de la mano abierta es igual a un cinco y la luna llena, un puño cerrado, es el cero, pero no es un vacio; la luna negra es “la luna que está empezando a crecer”.(Los kiliwa, Jesús Ángel Ochoa Zazueta).

Después, desarrollé una serie de imágenes haciendo un recorrido de paisajes por distintos lugares que me fueron señalando como parte de su territorio en el pasado y lo que queda en el presente; los objetos que poseen, algunas casas, los caminos que llevan a la zona donde viven, y los que los rodean, todo lo que pude percibir de su entorno, lo que queda, la continua soledad, pareciendo algunas veces lugares abandonados; otras, hechas con despojos de la ciudad, lo que parece no servir, aquí tiene una utilidad máxima, cuando parece que nada puede vivir ahí, surge la pregunta, cómo y quién vive ahí… Propongo con estas imágenes, pensar en ellos, dibujar en la mente ese rostro, como cuando leemos una historia y cada quien crea en su imaginación el físico de los personajes o los lugares que nos describen las palabras.

 "Me mataron los murmullos". Fotografía de páginas de libro Pedro Páramo de Juan Rulfo con intervención digital.


                                                                                                   
Al mismo tiempo, me interesó la relación entre los montajes de los museos de historia o antropología, el cómo son representados los indios y su pasado, en contraparte con la verdadera historia que viven y como están disolviéndose en la historia, haciendo referencia a la manera en que la memoria actúa como un espejo a través del cual el colonizador ve reflejadas las propias versiones, valores y estereotipos que ha generado en torno a la historia y que ha impuesto en la memoria histórica de los indios, quienes a su vez han hecho una selección ideológica de estos elementos, los han mezclado con versiones originales provistas por su tradición oral y finalmente han diseñado su propia versión que nos expresa no sólo la imagen que conservan del colonizador en la historia, sino el concepto que tienen del colonizador en la actualidad (Everardo Garduño, La historia de ayer vista por los indígenas de hoy).

 Una representación conceptual de lo histórico, en contraparte al despojo, el olvido y abandono  en el que encontramos la realidad de los kiliwa, pero al mismo tiempo, como un reflejo del mundo “moderno” donde podemos identificar el largo proceso de occidentalización de América Latina.

“Lo que yo tengo entendido de cuando llegaron los españoles, es que la gente aprendió a ponerse ropa, aprendieron también el español y la religión, porque antes la gente no sabía, no sabía nada de eso”.

Gloria Castañeda, indígena kumiai de San José de la Zorra.




Sobre la representación de la historia también encontré algunas leyendas tradicionales que me sirvieron de ejemplo, como la piedra y las trenzas milagrosas, aportando otro punto de vista entre la cultura colonizadora y la indígena, la tradición oral que se modifica y cómo va pasando de generación a generación, lo que también es un gesto de resistencia.

“Las mujeres (señoritas), ofrendaban sus trenzas al brujo de encargado de aquí, entonces se fueron haciendo trenzas muy grandes que andan por ahí todavía, creo que a esas trenzas se les pidió un deseo y se le cumplió, son muy poderosas. Recuerdo que mi paisana quería casarse con un tejano, un hombre güero, alto, le ofrendó un listón rojo y le cumplió el deseo…
Otra de las cosas que tenemos en el camino que viene para acá, subiendo la cuesta, más arriba, es una piedra que adoramos como una virgen. Esa piedra fue destruida por gente de esos tiempos (misioneros), porque no quieren que adoremos lo de nosotros, ellos querían que adoráramos una iglesia, sabemos que hay un Dios y lo respetamos mucho, pero no creemos en alguien que viene con un sotanón grande y se nos pare enfrente… Nosotros seguimos con esa piedra, le llevamos agua, comida, una flor, sodas, una vela, lo que podamos, incluso una temporada que no llovió, Doña Clara fue, se le presentó y esa misma tarde estaba lloviendo aquí.”*

Elías Espinoza, Arroyo de León, Junio 2006.
*Lenguas en riesgo, cantos de Trinidad Ochurte, CDI, COMISIÓN NACIONAL PARA EL DESARROLLO DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS.2006.

La otra parte fundamental del proyecto, fue la cuestión de la lengua: en realidad sólo hablan kiliwa cinco personas; a pesar de varios esfuerzos, como el de crear un Diccionario práctico, de Leonor Farlow Espinoza y Arnulfo Estrada. Leonor, a quien no pude conocer en persona, pero sí su trabajo y un poco de su vida, es kiliwa mestiza, de padre apache y madre kiliwa, y a pesar de haber tenido quince hijos, ninguno habla la lengua, pues parece que esa es otra manera de llegar al olvido, eso que parece ser la gran herencia de Occidente, la vergüenza de ser indio, muestra aquí una de sus consecuencias. Entonces, a manera de homenaje y de colaboración con el objetivo de preservar la memoria, un juego donde podamos aprender cómo nombrar en kiliwa, algunas cosas que nos rodean. Además, en colaboración con mi hermana Florencia, realizamos una pieza de video que podrá ser vista en exposición. En esta pieza, se escuchan las voces de dos kiliwas, Hipólita Espinoza y José Ochurte; les pedí que cuando yo dijera una palabra en español ellos me contestaran con la palabra en kiliwa; algunas veces no conocían la palabra o no se acordaban, pero nos llamó la atención, que palabras como amor o final no tuvieran traducción. Obviamente, escuchar el sonido de la palabra, es otro de los objetivos del video, pues en un sentido sensorial, es aún más profundo. 



Este ensayo fotográfico trata de hacer énfasis en el proceso de extinción, en cómo se ve y se vive lo árido de un paisaje y al mismo tiempo la belleza que genera la ausencia, lo lejano y lo austero; recordando a Benjamín, ver una belleza nueva en lo que desaparece. La resistencia cultural con que han sobrevivido o el decidir no reproducirse, no ser, y hasta no recordar, no luchar siendo más, sino sólo conservándose lo más dignos, lo más fuertes, pero al mismo tiempo lejanos. Éste es mi propósito visual, encontrar esa fuerza en ese círculo que se cierra, se quema y quedan sólo las cenizas, es ese encuentro con el fin de una historia que se disuelve para ser vista como una reflexión, buscar lo que queda entre el tiempo y el olvido, siguiendo el rastro de nuestra memoria.

 

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